lunes, 27 de junio de 2011

Buscando evidencias.- (Capítulo SEIS)

Con un ambiguo sistema de sensualidad de película porno y violencia, Fernández había logrado conformar una familia. Su mujer, un terreno casi impenetrable para él en cuanto a lo sexual, lo había obligado a refugiarse en su tarea como Sargento en las Fuerzas Militares. Su instinto violento por naturaleza se mantenía entretenido durante las exigentes jornadas fuera del hogar conyugal. De todas maneras algo de violencia siempre le quedaba para desparramar en su casa contra el “enemigo declarado”: su mujer.
Pocos días antes de partir en misión de paz a un país de América Central, Fernández había llegado a una conclusión acertada aunque indemostrables hasta ese momento: su mujer lo engañaba. Fue por eso que aplicó el máximo de su inteligencia por aquellos días, antes de partir. Intentando encontrar confirmaciones.
-¡¡¡Hola mi amor!!! Cómo le va a la princesita de la casa- le decía a su mujer que permanecía inmóvil. Aterrada.
-Vamos a ver cuantos mensajitos de texto tiene tu celular hoy. Y ya que tenemos tiempo antes que vengan los nenes miremos de paso tu agenda.
Temblando ella obedecía, era su especial forma de sobrevivir. Además era una chica que hacía muy bien los deberes. Sabía de antemano que aquella inspección no la perturbaría en lo más mínimo. Entregaba sus pertenencias a Fernández que volvía a humillarse ante una nueva decepción. Aunque olía que el “enemigo no declarado” se encontraba cerca muy cerca de él.
Cierta oportunidad:
-Ed oto día Tío Cadito tajo cadamelo- le dijo su hijo más chico.
-Si es cierto- corroboró el más grande.
-Tío casa bdanca. Pdaza gande.
-Si es cierto.
-Tío Cadito moto.
Y cuando miró la reacción del más grande su madre agarró y alzó a los dos pequeños para llevarlos a bañar.
Ese fue el momento en que Fernández comenzó su investigación.
Cierta oportunidad (otra):
Fernández paladeaba una película de guerra a las ocho de la mañana cuando notó la insistencia de su mujer por dirigirse al baño a vaya uno saber qué. Pero las constantes idas y venidas de ella portando el celular en su mano le dio mala espina.
-Me voy, tengo que salir- le dijo ella sin más explicación. Acababa de arreglar que pasaba a buscar a su amante, para acercarlo al médico, por una esquina a tres cuadras de su casa.
-Me llevo el auto.
Fernández dejo que se fuera mientras inflaba sus pulmones de aire y rabia. Esperó escuchar que arrancaba el auto y enloquecido emprendió la carrera siguiéndolo. El estar solamente vestido de alpargatas verdes y short lo hacían un blanco, o verde mejor dicho, difícil de no ver.
Ella lo vio seguirla por lo que no detuvo ni saludó a su amante cuando pasó por la esquina señalada. El amante lo vio venir y se le heló la sangre al verlo pasar delante de él con una furia inusitada. Si en ese momento Fernández hubiese advertido que el amante de su mujer y Edmundo Tejedor eran una única y misma persona este relato habría terminado en este mismo momento.

lunes, 6 de junio de 2011

Las noches son días especiales.- (Capítulo CINCO)

Observar el almanaque, el círculo rojo que encerraba el día de su Postulación le hervía la sangre y lo mantenía en estado de alerta permanente.
-Porque lo fundamental es el respeto. ¡¡¡El respertoooo.!!!
-Claro- le contestaba su mujer, Clarita, mientras su hija le quitaba a su padre la gorra de lana verde con la que acostumbraba vestirse desde la fecha mencionada.
-Ves lo que te digo. Estos son los principios con los que has formado a nuestra hija. Nuestra única hija. Pero todo va a cambiar cuando menos lo imagines. Ya lo verás-. Le decía señalándola con el dedo, cosa que a ella lejos de intranquilizarla la divertía.
En esos momentos, porque la situación era harto repetida, ella formaba un círculo con el pulgar e índice y se lo introducía y se lo sacaba del dedo señalador. Era el único chiste que compartían.
-Basta de boludeces. El país se viene a pique y vos en lo único que pensás es en eso.
Edmundo Tejedor “el morocho del barrio” no estaba para chistes.
-Andá a sacarle la gorra a la nena mejor. Y dejame tranquilo que quiero consultar mis libros.
Se dirigió a la única biblioteca que había en la casa. En realidad un viejo armatoste de madera que se sostenía en pie gracias a que él mismo hacía mucho tiempo le había colocado cuatro ladrillos en una de sus bases.
-Donde estará el diccionario Larrousse. Donde estará si hace como veinte años que lo tengo si lo llevé hasta al colegio.
-Clarita. ¡!Claritaaaa¡¡ ¿donde está el libro? qué bárbaro no se puede dejar nada.
-Pero, no te digo que vos estas ciego. Acá tenés tu libro ¿lo precisas para prender fuego? Y tomá tu gorra. Horrible verde militar…
Edmundo ni la miró. Aunque en el fondo se llenó de orgullo. Nadie sabía nada de su inscripción en la Repartición más cercana a su domicilio. Pero ya algo había cambiado dentro suyo. El lo sabía y así lo hacía notar; de otro modo ella no podría haber hecho nunca aquella acotación.
Se fue al patio a sentarse tranquilo. Con el diccionario bajo el brazo, lo abrió en la letra S. Buscó infructuosamente el apellido San Martín, justo faltaba la hoja correspondiente. Se conformó con leer la breve descripción de la vida y obra de Sarmiento.
-Que barbaridad. Aca te das cuenta que no se pueden ni comparar. En, a ver… 12, 13… 14 renglones te cuentan todo. No, si este tipo ni a los talones le llegaba al Padre de la Patria -y cuando lo decía se ponía de pie, mientras su mujer lo miraba de adentro-. Sí, este tipo, ya me acuerdo quién es. Es el de los gorriones. El de los gorriones, podés creer. Además putaniero como el solo. Por algo nunca le pisó ni los talones al verdadero prócer. Y creo que también anduvo con el tema de la bandera. Por favor que diferencia. No estará por algún lado la hoja que falta. ¡¡¡Clarita, Clarita!!! ¡¡¡Presentarse!!!
-Pero que sé yo, si ese libro está ahí tirado desde que nos vinimos a vivir a esta casa.
-Pero que casa si esto es peor que vivir en una trinchera.
-Estás raro Edmundo. Estás raro-. Y a él le gustaba que se lo dijera.
-Vuelvo en un rato-. Era indudable que hasta había cambiado su forma de caminar.
Las sombras que producían los árboles no le permitieron detectar de inmediato quien era la chica que se le acercaba.
-Buenas…- dijo ella.
-Identifíquese de inmediato- contestó sin saber con quien hablaba aunque comenzando a darse cuenta.
-Si me acompaña a mi casa le muestro el documento, es que no lo llevo encima, mi Oficial.
Si algo le faltaba a Tejedor para terminar de convencerlo era que intentaran seducirlo con palabras que hicieran referencia a su rango.
-Pues allí iremos de inmediato. Las noches son días especiales chiquita, apurate que no tengo todo el tiempo- le susurró a la “arremetedora” que se restregaba las manos contra la pollera para quitarse la goma de pegar que le habían quedado de sus tareas diurnas.