lunes, 6 de junio de 2011

Las noches son días especiales.- (Capítulo CINCO)

Observar el almanaque, el círculo rojo que encerraba el día de su Postulación le hervía la sangre y lo mantenía en estado de alerta permanente.
-Porque lo fundamental es el respeto. ¡¡¡El respertoooo.!!!
-Claro- le contestaba su mujer, Clarita, mientras su hija le quitaba a su padre la gorra de lana verde con la que acostumbraba vestirse desde la fecha mencionada.
-Ves lo que te digo. Estos son los principios con los que has formado a nuestra hija. Nuestra única hija. Pero todo va a cambiar cuando menos lo imagines. Ya lo verás-. Le decía señalándola con el dedo, cosa que a ella lejos de intranquilizarla la divertía.
En esos momentos, porque la situación era harto repetida, ella formaba un círculo con el pulgar e índice y se lo introducía y se lo sacaba del dedo señalador. Era el único chiste que compartían.
-Basta de boludeces. El país se viene a pique y vos en lo único que pensás es en eso.
Edmundo Tejedor “el morocho del barrio” no estaba para chistes.
-Andá a sacarle la gorra a la nena mejor. Y dejame tranquilo que quiero consultar mis libros.
Se dirigió a la única biblioteca que había en la casa. En realidad un viejo armatoste de madera que se sostenía en pie gracias a que él mismo hacía mucho tiempo le había colocado cuatro ladrillos en una de sus bases.
-Donde estará el diccionario Larrousse. Donde estará si hace como veinte años que lo tengo si lo llevé hasta al colegio.
-Clarita. ¡!Claritaaaa¡¡ ¿donde está el libro? qué bárbaro no se puede dejar nada.
-Pero, no te digo que vos estas ciego. Acá tenés tu libro ¿lo precisas para prender fuego? Y tomá tu gorra. Horrible verde militar…
Edmundo ni la miró. Aunque en el fondo se llenó de orgullo. Nadie sabía nada de su inscripción en la Repartición más cercana a su domicilio. Pero ya algo había cambiado dentro suyo. El lo sabía y así lo hacía notar; de otro modo ella no podría haber hecho nunca aquella acotación.
Se fue al patio a sentarse tranquilo. Con el diccionario bajo el brazo, lo abrió en la letra S. Buscó infructuosamente el apellido San Martín, justo faltaba la hoja correspondiente. Se conformó con leer la breve descripción de la vida y obra de Sarmiento.
-Que barbaridad. Aca te das cuenta que no se pueden ni comparar. En, a ver… 12, 13… 14 renglones te cuentan todo. No, si este tipo ni a los talones le llegaba al Padre de la Patria -y cuando lo decía se ponía de pie, mientras su mujer lo miraba de adentro-. Sí, este tipo, ya me acuerdo quién es. Es el de los gorriones. El de los gorriones, podés creer. Además putaniero como el solo. Por algo nunca le pisó ni los talones al verdadero prócer. Y creo que también anduvo con el tema de la bandera. Por favor que diferencia. No estará por algún lado la hoja que falta. ¡¡¡Clarita, Clarita!!! ¡¡¡Presentarse!!!
-Pero que sé yo, si ese libro está ahí tirado desde que nos vinimos a vivir a esta casa.
-Pero que casa si esto es peor que vivir en una trinchera.
-Estás raro Edmundo. Estás raro-. Y a él le gustaba que se lo dijera.
-Vuelvo en un rato-. Era indudable que hasta había cambiado su forma de caminar.
Las sombras que producían los árboles no le permitieron detectar de inmediato quien era la chica que se le acercaba.
-Buenas…- dijo ella.
-Identifíquese de inmediato- contestó sin saber con quien hablaba aunque comenzando a darse cuenta.
-Si me acompaña a mi casa le muestro el documento, es que no lo llevo encima, mi Oficial.
Si algo le faltaba a Tejedor para terminar de convencerlo era que intentaran seducirlo con palabras que hicieran referencia a su rango.
-Pues allí iremos de inmediato. Las noches son días especiales chiquita, apurate que no tengo todo el tiempo- le susurró a la “arremetedora” que se restregaba las manos contra la pollera para quitarse la goma de pegar que le habían quedado de sus tareas diurnas.

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