miércoles, 14 de septiembre de 2011

“Siempre” es mucho tiempo.- (Capítulo OCHO)

Como casi todos los días, Margarita, se había levantado y había ido a cursar las materias que le correspondían aquel miércoles. Había intentado sin mucho éxito acercarse a un rubiecito (aunque ella era fanática de los morochos) para poder hacer grupo para realizar juntos las tareas con él y verlo fuera de hora. Concluido el horario de cursadas regresó a su domicilio. Levantó la persiana indicando que ya estaba de regreso en la casa, de la minúscula habitación que daba a la calle y que ella se empeñaba en llamar local de diseño “de barrio”, porque cuando se recibiese pensaba abrir uno nuevo o en su defecto, con ampliaciones refundar el que ya tenía para poder llamarlo profesional. Hasta ese momento todo era normal y lógico.
Pero lo que había ocurrido momentos atrás estaba fuera de lo esperado. Hacía mucho que no estaba con Tejedor a solas, y a ser francos todas las veces que lo habían estado había sido porque ella había forzado un poco el asunto. Que fuese él quien se presentaba para preanunciar una cita era toda una novedad. Margarita se encontraba exultante de emoción. Colgó el cartelito de “regreso pronto” en la puerta y se fue a mejorar un poco su aspecto. A los diez minutos con las manos transpiradas a tal punto que mojaron el vidrio al quitar el cartel, ya estaba preparada para esperar a su hombre.
A todo esto y en ese mismo instante Tejedo ingresaba a la mismísimo Biblioteca Municipal. Un frío húmedo lo recibió del lado de adentro. Cada paso que daba producía un eco que lo incomodaba. Miró en todas las direcciones y solo divisó libros y más libros. Se mareó un tanto y caminó en círculos hasta encontrar un claro en una de las paredes y se apoyó a respirar buscando recobrar su línea. Cerró por un instante los ojos. Tiempo suficiente para pegar un respingo cuando una mano muy delicada se le posó en el hombro.
-Patria, el Padre de la Patria- aulló sin saber a quién.
-Seguramente usted se está refiriendo a nuestro ilustre Don José de San Martín. ¿No es así?
-Si exactamente, ¿como lo supo?
-Trabajo hace 35 años en este lugar. Mi nombre es Elvira mucho gusto.
-Cómo le va Elvira, a usted venía a buscar, yo soy muy amigo de su prima, ella me recomendó que viniese a este lugar, que usted sabría como atenderme.
-Con muchísimo gusto. Será un honor para mí.
-Usted bien lo dijo anteriormente. Yo vengo en busca de datos de nuestro Primer Padre de la Patria. Porque convengamos que él es el primero pero hay otros y vendrán más no cree- dijo tomando su campera de fajina de las solapas y golpeándose el pecho con los pulgares.
-Sí, es posible que haya algún que otro prócer de segundo orden que tenga mérito, pero créame que cuesta encontrarlos y hoy en día mucho más. Casi me animaría a decir que en esta República solo hubo dos hombres con Mayúscula: el General Don José de San Martín y el Teniente Coronel Juan Domingo Perón.
-Si, si. Yo coincido con su reflexión.
-Mire aca le hago entrega de los dos ejemplares modelo de ésta Biblioteca. No solo que son los más antiguos y valiosos de una colección única en el mundo, sino que fueron donados justamente -no a esta institución porque aun no existía, pero entregados a la Municipalidad de aquel entonces- por el mismísimo escritor. Higinio Fulkner lo conoce quiero creer.
-Por supuesto he leído más de una crónica del afamado historiador londinense. Y créame cuando le digo que sin dudas a mi entender es el mejor biógrafo que haya existido.
-Que suerte que pueda disfrutarlo tanto como yo. Solo un erudito puede apreciar ciertas cosas.
-Soy muy erudito si eso quiere saber- le dijo Tejedor tomándola de la mano.
-Ya lo creo. Se lo veo en sus ojos. Ahora discúlpeme, no son muchos los lectores que se llegan hasta la Biblioteca, pero me gusta atenderlos acabadamente, por lo que debo abandonarlo y dejarlo con su lectura.
-Si acabadamente….Se lo agradezco.
-Salude a mi prima de mi parte.
La vieja fue a perderse en las profundidades del mundo de los libros. Tejedor busco el índice del primero de los tomos que le había entregado: San Martín 1 el otro era el 2 y buscó el índice. Resumen: pag. 435 leyó. Allí fue donde lo abrió. Convengamos que él no era de los más lectores, contó las hojas hasta el final del libro: 23 y sin ningún dibujito. No estaba dispuesto a perder toda la tarde dentro de aquel sombrío lugar. Arrancó de un solo movimiento todo el pliegue y se lo escondió dentro de la campera, había decidido leerlo en su casa. Dejó ambos libros bien acomodados en el centro de la mesa donde se había ubicado. Cuando se retiró saludó a Elvira con la mano sin obtener respuesta, Elvira no veía a más de cinco metros de distancia.
-Que barbaridad todo lo que hay que hacer para ser Padre de la Patria. Pero Elvira tiene razón ya no hay muchos Padres de la Patria, capaz que ahora es más fácil que antes. Y si no, la otra que me queda, es ser el nuevo Perón. El del “trabajador”, con esa cantinela se supo ganar su buena fama el hombre, pero sería también complicado, si ni recuerdo cuando fue la última vez que trabajé. Es más creo no haber trabajado nunca…
Alguien que pasaba a su lado lo miró como quien mira a un loco de atar que se acaba de soltar y va relatando sus pesares.
Por inercia volvió a entrar en el local de diseño “de barrio” de Margarita sin siquiera recordar que lo había hecho una par de horas atrás.
-Sabía que vendrías. Por eso te esperé con tantas ansias y me puse linda para vos.
En parte mentía. La pobre Margarita solo podía ponerse.
-Dios mío nunca había visto a una persona tan amarilla.
-Viste, estoy toda al tono, son nueve prendas del mismo color. ¿Me las querés sacar? No pretenderás que me quede así para siempre.
-No querida. “Siempre” es mucho tiempo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Sí, mi General.- (Capítulo SIETE)

Mientras los redondeles en los días se iban acumulando las ansias de entrar en acción del ciudadano Tejedor se acrecentaban. Con el póster que había adquirido en el remate de Quijada y Hermanos la cantidad acumulada llegaba a cinco. Todos ellos de tamaño natural. El General Don José de San Martín ya se encontraba en cada una de las habitaciones de la casa. A Clarita la cosa no le hacía mucha gracia, en realidad a ella no le hacía mucha gracia nada, pero a su hija sí, por lo que aguantaba los rayes de su marido sin emitir opinión al respecto.
-Hija le pediré que al menos una vez por día, aunque si lo hiciese cada vez que pasa por delante de la figura de nuestro Padre de la Patria mucho mejor, se hiciese la señal de la cruz mirándolo a los ojos.
De más está aclarar que la nena como siguiendo una especie de juego realizaba lo que su padre le ordenaba. No solo eso, lo mejoraba.
-Papi y si mejor de hacer la señal de la cruz le hago el saludo militar llevándome la punta de los dedos de la mano izquierda a la misma sien.
-¿De donde has sacado esa clase de señal hija mía?
-De los libros de historia, papi.
-Y claro si aca se pierde todo con tu madre, si no se hubiese perdido justo esa hoja también yo lo sabría…-balbuceó.
-¿Cómo papi?
-Nada, nada.
-Porque ese es el saludo militar que Josecito le hacía a sus soldados antes de cruzar la cordillera.
-Claro, si, si claro- un tanto desorientado.
-¿Entonces le puedo hacer la señal militar papi?- ya marcando el saludo y con los pies en posición de firmes.
-Si, si…pero entonces el de la señal de la cruz quién era…- en voz baja yendo a revolver distintos cajones en busca de más datos.
Pero no había caso. En su casa no había por ninguna parte respuesta a sus preguntas. Ni siquiera a una de ellas.
Su capacidad intelectual lo ayudó a salir de aquel inconveniente y decidió emprender viaje a la Biblioteca Municipal. Claro que antes debía averiguar la dirección.
Que bien me siento al descubrir que mi primera vez en la biblioteca se la debo a mi inspirador se dijo. Siempre uno de los nuestros atento y dispuesto a ayudarnos cuando lo necesitamos, continuó, mientras levantaba ambas manos al cielo.
-Disculpe oficial, pero quisiera preguntarle si sabe la dirección de la Biblioteca Municipal, es que debo estudiar todos y cada uno de los movimiento que realizara el primer Padre de la Patria.
-Documentos-. Contestó el mismo policía de la vez anterior.
-Ya vas a ver. Vas a ser el primero que eche a la mierda cuando me haga cargo de todo esto. Cuanta depuración se va a venir y vos serás el primero.
El agente lo miró por unos instantes y luego giró la espalda para continuar charlando con otros dos policías que vestidos de civil discutían sobre si el fútbol o la cumbia era el espectáculo que más gente llevaba en la actualidad.
Medio valentonado emprendió su marcha sin rumbo determinado.
-Señora venga para aca- ya en un estado de nerviosismo importante, dirigiéndose a una vieja que deambulaba a unos diez metro de distancias.
-Aquí tiene mis documentos Dotor.
-Como me va a costar quitar la lacra…
-Señora dígame donde queda la Biblioteca en esta ciudad.
-Es en la calle Don José de San Martín al mil quinientos. Pida por Elvira que es prima mía ella atiende todos lo días hasta las doce, dígale que va de parte mía que lo va a atender muy bien.
-Muchas gracias señora me acordaré bien de Usted cuando sea el momento.
Claro, cómo no podía ser de otra manera, la Biblioteca está en la calle que debía estar. Me tendría que haber dado cuenta solo, a mí también me faltan muchas cosas por aprender- ya dirigiéndose a su lugar de destino.
-Dotor los documentos-. GritabaIntentaba gritar la vieja mientras revoleaba los brazos.
-Don José viejo y peludo nomás…- fue solo su comentario.
Rápidamente advirtió que la calle por la que debía andarse unas cuantas cuadras la conocía y más que bien. En cada una de las que surcaba sabía nombre, vida y obra de la mayoría de los vecinos, esto lo hacía inflarse el pecho y desplazarse como si fuese el patrón de la vereda.
-Lo de chingolo, lo de Arruti, lo de Petraca, lo de Riquieli, lo de Masanes, lo de Espotorno- iba diciendo y señalando con el dedo dando una sentencia terminante delante de cada una de las puertas de las casas conocidas, que eran casi todas.
-Lo de la arremetedora. Acá es lo de la arremetedora-. Y sin saber por que se metió dentro de la casa/estudio de diseño de Margarita.
-Hola hola hola que lo trae por aquí a mi General preferido.
Tejedor aprovechaba para observar su reflejo en el espejo. Y sí, era posible que cualquiera lo confunda con un militar de rango. No solo su inexplicable atuendo verde lo hacía suponer, sino que un aura, un aura de nuevo Padre de la Patria lo envolvía todo y lo hacía más verde aun.
-De recorrida nada más- dejando caer ambos brazos al costado del cuerpo produciendo un pequeño sonido.
-¿No quiere pasar a revisar las condiciones de mi trinchera?
-Por supuesto. A eso he venido.
A Margarita le transpiraban las manos.
-Pero antes debo hacer una visita a la Biblioteca.
-Si. Sí mi General lo estaré esperando para cuando usted lo crea conveniente- las manos goteaban creando un diminuto mar salado en el suelo.

lunes, 27 de junio de 2011

Buscando evidencias.- (Capítulo SEIS)

Con un ambiguo sistema de sensualidad de película porno y violencia, Fernández había logrado conformar una familia. Su mujer, un terreno casi impenetrable para él en cuanto a lo sexual, lo había obligado a refugiarse en su tarea como Sargento en las Fuerzas Militares. Su instinto violento por naturaleza se mantenía entretenido durante las exigentes jornadas fuera del hogar conyugal. De todas maneras algo de violencia siempre le quedaba para desparramar en su casa contra el “enemigo declarado”: su mujer.
Pocos días antes de partir en misión de paz a un país de América Central, Fernández había llegado a una conclusión acertada aunque indemostrables hasta ese momento: su mujer lo engañaba. Fue por eso que aplicó el máximo de su inteligencia por aquellos días, antes de partir. Intentando encontrar confirmaciones.
-¡¡¡Hola mi amor!!! Cómo le va a la princesita de la casa- le decía a su mujer que permanecía inmóvil. Aterrada.
-Vamos a ver cuantos mensajitos de texto tiene tu celular hoy. Y ya que tenemos tiempo antes que vengan los nenes miremos de paso tu agenda.
Temblando ella obedecía, era su especial forma de sobrevivir. Además era una chica que hacía muy bien los deberes. Sabía de antemano que aquella inspección no la perturbaría en lo más mínimo. Entregaba sus pertenencias a Fernández que volvía a humillarse ante una nueva decepción. Aunque olía que el “enemigo no declarado” se encontraba cerca muy cerca de él.
Cierta oportunidad:
-Ed oto día Tío Cadito tajo cadamelo- le dijo su hijo más chico.
-Si es cierto- corroboró el más grande.
-Tío casa bdanca. Pdaza gande.
-Si es cierto.
-Tío Cadito moto.
Y cuando miró la reacción del más grande su madre agarró y alzó a los dos pequeños para llevarlos a bañar.
Ese fue el momento en que Fernández comenzó su investigación.
Cierta oportunidad (otra):
Fernández paladeaba una película de guerra a las ocho de la mañana cuando notó la insistencia de su mujer por dirigirse al baño a vaya uno saber qué. Pero las constantes idas y venidas de ella portando el celular en su mano le dio mala espina.
-Me voy, tengo que salir- le dijo ella sin más explicación. Acababa de arreglar que pasaba a buscar a su amante, para acercarlo al médico, por una esquina a tres cuadras de su casa.
-Me llevo el auto.
Fernández dejo que se fuera mientras inflaba sus pulmones de aire y rabia. Esperó escuchar que arrancaba el auto y enloquecido emprendió la carrera siguiéndolo. El estar solamente vestido de alpargatas verdes y short lo hacían un blanco, o verde mejor dicho, difícil de no ver.
Ella lo vio seguirla por lo que no detuvo ni saludó a su amante cuando pasó por la esquina señalada. El amante lo vio venir y se le heló la sangre al verlo pasar delante de él con una furia inusitada. Si en ese momento Fernández hubiese advertido que el amante de su mujer y Edmundo Tejedor eran una única y misma persona este relato habría terminado en este mismo momento.

lunes, 6 de junio de 2011

Las noches son días especiales.- (Capítulo CINCO)

Observar el almanaque, el círculo rojo que encerraba el día de su Postulación le hervía la sangre y lo mantenía en estado de alerta permanente.
-Porque lo fundamental es el respeto. ¡¡¡El respertoooo.!!!
-Claro- le contestaba su mujer, Clarita, mientras su hija le quitaba a su padre la gorra de lana verde con la que acostumbraba vestirse desde la fecha mencionada.
-Ves lo que te digo. Estos son los principios con los que has formado a nuestra hija. Nuestra única hija. Pero todo va a cambiar cuando menos lo imagines. Ya lo verás-. Le decía señalándola con el dedo, cosa que a ella lejos de intranquilizarla la divertía.
En esos momentos, porque la situación era harto repetida, ella formaba un círculo con el pulgar e índice y se lo introducía y se lo sacaba del dedo señalador. Era el único chiste que compartían.
-Basta de boludeces. El país se viene a pique y vos en lo único que pensás es en eso.
Edmundo Tejedor “el morocho del barrio” no estaba para chistes.
-Andá a sacarle la gorra a la nena mejor. Y dejame tranquilo que quiero consultar mis libros.
Se dirigió a la única biblioteca que había en la casa. En realidad un viejo armatoste de madera que se sostenía en pie gracias a que él mismo hacía mucho tiempo le había colocado cuatro ladrillos en una de sus bases.
-Donde estará el diccionario Larrousse. Donde estará si hace como veinte años que lo tengo si lo llevé hasta al colegio.
-Clarita. ¡!Claritaaaa¡¡ ¿donde está el libro? qué bárbaro no se puede dejar nada.
-Pero, no te digo que vos estas ciego. Acá tenés tu libro ¿lo precisas para prender fuego? Y tomá tu gorra. Horrible verde militar…
Edmundo ni la miró. Aunque en el fondo se llenó de orgullo. Nadie sabía nada de su inscripción en la Repartición más cercana a su domicilio. Pero ya algo había cambiado dentro suyo. El lo sabía y así lo hacía notar; de otro modo ella no podría haber hecho nunca aquella acotación.
Se fue al patio a sentarse tranquilo. Con el diccionario bajo el brazo, lo abrió en la letra S. Buscó infructuosamente el apellido San Martín, justo faltaba la hoja correspondiente. Se conformó con leer la breve descripción de la vida y obra de Sarmiento.
-Que barbaridad. Aca te das cuenta que no se pueden ni comparar. En, a ver… 12, 13… 14 renglones te cuentan todo. No, si este tipo ni a los talones le llegaba al Padre de la Patria -y cuando lo decía se ponía de pie, mientras su mujer lo miraba de adentro-. Sí, este tipo, ya me acuerdo quién es. Es el de los gorriones. El de los gorriones, podés creer. Además putaniero como el solo. Por algo nunca le pisó ni los talones al verdadero prócer. Y creo que también anduvo con el tema de la bandera. Por favor que diferencia. No estará por algún lado la hoja que falta. ¡¡¡Clarita, Clarita!!! ¡¡¡Presentarse!!!
-Pero que sé yo, si ese libro está ahí tirado desde que nos vinimos a vivir a esta casa.
-Pero que casa si esto es peor que vivir en una trinchera.
-Estás raro Edmundo. Estás raro-. Y a él le gustaba que se lo dijera.
-Vuelvo en un rato-. Era indudable que hasta había cambiado su forma de caminar.
Las sombras que producían los árboles no le permitieron detectar de inmediato quien era la chica que se le acercaba.
-Buenas…- dijo ella.
-Identifíquese de inmediato- contestó sin saber con quien hablaba aunque comenzando a darse cuenta.
-Si me acompaña a mi casa le muestro el documento, es que no lo llevo encima, mi Oficial.
Si algo le faltaba a Tejedor para terminar de convencerlo era que intentaran seducirlo con palabras que hicieran referencia a su rango.
-Pues allí iremos de inmediato. Las noches son días especiales chiquita, apurate que no tengo todo el tiempo- le susurró a la “arremetedora” que se restregaba las manos contra la pollera para quitarse la goma de pegar que le habían quedado de sus tareas diurnas.

domingo, 22 de mayo de 2011

La otra familia.- (Capítulo CUATRO)

Como suelen hacerlo todos aquellos que tienen su oportunidad, Tejedor tenía otra familia. Una familia sustituta, no solo porque había metido los pies en la casa de una mujer; sino que lo había hecho dentro de la casa de una mujer, de su marido y de sus dos pequeños hijos. La ocupación del hombre de familia, de la otra familia, lo obligaba a ausentarse de su hogar durante largos períodos. Momentos en los cuales Tejedor se presentaba a recoger los frutos del amor que amenazaban con podrirse o en el mejor ser recogidos por el mejor postor.
-En el fondo a los nenes les estoy siendo de mucha ayuda. Te lo dije miles de veces no deben perder la figura masculina de vista. Podrían volverse pervertidos- solía decir medio en broma medio en serio. Pero más en serio.
-Sí, si tenés mucha razón tío Carlitos- mientras ella excitada le rozaba la barbilla con el revés de un dedo.
Explicación: porque en la otra familia existía un tío Carlitos que al parecer siempre visitaba a sus parientes durante las ausencias del hombre de la casa. Los niños de 2 y 3 años, poco diferenciaban entre la farsa y la realidad. Y muchas veces cuando papá regresaba se contaban proezas llevadas acabo por el tío Carlitos (el hermano de mamá) que debido a la dificultad que aun tenían los niños para expresar sus ideas se terminaban diluyendo en un “estos nenes son unos mentirosos”. De todas maneras, siempre en el aire quedaban flotando como amenazas latentes algún “tío moto”, “tío casa blanca” que le producían un cierto cosquilleo a Fernández el militar. Porque el jefe de familia -de la otra familia- era Militar. Y también Fernández.
Los períodos de Guardia activa, es decir mientras Fernández permanecía en los cuartes, Tejedor armaba un pequeño bolso con algo de ropa y se retiraba de su casa abandonando a su familia para ir a tomar el lugar dejado vacante en la otra familia. ¿Se entiende? Pasaba a ser el tío Carlitos por algunos días. La distancia que debía recorrer era corta muy corta. Demasiado corta se animaban a aconsejarlo las únicas dos personas que estaban al tanto de todo, convirtiéndose con su silencio en cómplices de una situación irregular. Y peligrosa.
Si lo que hiciéramos ahora fuera desplegar un plano de la manzana de la casa de Tejedor, comprobaríamos que los fondos de ambas construcciones se unían. Tan solo se encontraban separadas por un paredón de dos metros construido en los sesenta.
Entre los objetos que mudaba en cada uno de los viajes se destaca una careta de pato Donald que Tejedor se colocaba cuando salía al patio de la otra casa no solo como precaución por si acaso su mujer trepaba para espiar a los vecinos, sino para espiar él su propio domicilio y ver qué hacía su pequeña hija. La luz de sus ojos según sus propias palabras.
Durante aquellos pasajes no solo era el tío Carlitos; también era el Duende de la buena suerte para su hija. Por desgracia su madre nunca había podido verlo, porque cuando era avisada por la pequeña -que corría a buscarla a la cocina- y madre e hija volvían al patio para saludarlo; el Duende ya se había saltado y perdido por el fondo de lo de Fernández.
Todas la nenas a esa edad son un poco fantasiosas pensaba juguetona mamá.

lunes, 9 de mayo de 2011

Currículum.- (Capítulo TRES)

-Qué querrá decir acorde a las circunstancias.
Porque repasemos. Si a mis circunstancias personales se refiere con muy poco me van a arreglar, si hace años que no trabajo. Mejor dicho nunca trabajé. Si se tomara como parámetro el ingreso monetario familiar ahí la cosa cambiaría, porque habría que determinar bien cuánto gana la madre de mi hija. Pero, la mierda, ser el nuevo Padre de la Patria no es poco y no debe ser poco lo que a “acorde a las circunstancias” se refiere. Ya me veo yo saliendo en las revistas, en la parte del medio a doble página Edmundo Tejedor el Padre de la Patria.
Enfiló para su casa a paso firme. La cabeza erguida los brazos a los costados y la zancada un poco exagerada, apoyaba primeramente el talón y luego el resto del pie. Siempre tarareando la misma canción que no terminaba de aprender nunca aunque ya había descubierto a que se refería. Directamente se dirigió al lugar donde debía estar y estaba el antiguo currículum que Margarita le había obsequiado hacía ya mucho tiempo. Lo repasó de punta a punta y determinó que serviría para la ocasión. Solo tuvo que cortarle la última hoja, aquella donde el profesor Sicardi le había estampado un siete a su alumna. Se lo metió bajo el brazo y regresó a la calle. En la esquina, bien uniformado, aunque Tejedor ya había determinado que cuando fuese él quien impartiera las órdenes los atuendos serían de color rojo y no azules, un oficial de la policía le serviría de guía.
-Disculpe Oficial ¿la Dependencia más cercana donde se encuentra?
-Documento.
-Cómo se atreve. No sabe con quién se está metiendo.
-Documento. Por favor o me va a tener que acompañar.
-¿A donde? ¿Por quién me ha tomado?
-A la Dependencia.
-Por supuesto lo acompaño nomás.
El oficial estaba bastante más obeso de lo que a Tejedor le había parecido cuando lo había detectado fumando en la esquina. El acostumbrado paso de tortuga que le imprimía al trayecto lo hacía intolerable.
-Vamos oficial que no tengo todo el día.
Cuando yo tenga el poder… pensaba Tejedor.
El oficial no pensaba nada. Ni escuchaba nada. Su estado físico solo le otorgaba la posibilidad de ver y caminar lenta y pesadamente.
-Si allá se ve la Dependencia. Gracias por todo Oficial Molina. Carlos Molina- le leyó en la placa y salió a toda carrera.
-Este gordo va a ser el primero que voy ha hacer cagar…
-Permiso señoras y señores. Mi nombre es Edmundo Tejedor el futuro Padre de la Patria. Es un gusto conocerlos a todos.
Del otro lado del mostrador una mujer de edad indefinida se intentaba esconder detrás del humo de su cigarrillo número indefinido. Los cuatro o cinco administrativos que aun quedaban en la Dependencia de Policía se miraron y rápidamente comenzaron con sus chanzas internas.
El recién llegado los observaba siguiendo cada uno de sus dichos, sacando radiografía de cada detalle para tenerlo en cuenta en un futuro próximo. Era increíble como se reían de semejantes estupideces. Pasaron minutos antes de que uno de ellos le dirigiese la palabra.
-Lo que me trae por aquí es la vocación de servicio. El llamado de la Patria. Las enseñanzas y los legados que desde hace siglos han dejado nuestros héroes que alguna vez supieron hacer grande a esta República.
-Gonzale…decile que grande era la de tu viejo decile...
-Ja, ja, ja, ja.
-Qué, éste quién se cree que es, Sermiento se cree. O Ser Mertín.
-Ja, ja, ja, ja.
-Bueno muchachos basta que estamos delante de un prócer. Y en definitiva qué es lo que quiere Usted buen hombre.
-Aquí tiene mi Currículum -más risas- para que cuando la Patria lo demande sea llamado para cumplir con el rol que la historia me tiene reservado.
-Che, pero qué lo parió este tipo…
-Ya le entendí, usted quiere anotarse para el plan del gobierno, claro.
-Gonzale viste que te dije, la propaganda es lo más importante. Fijate como vienen, como mosca vienen…
-Dígame su nombre, apellido y número de documento.
-Aquí tiene todo lo que quiera saber de mí. En mi Currículum personal.
-Le repito. Le pregunté por su nombre, apellido y número de documento. ¿O no me entiende?
-Bue, listo, ya tomé nota, quédese tranquilo que ya lo van a llamar. Levántese bien temprano porque aca se trabaja desde muy temprano, no vaya a ser que cuando lo vayan a notificar esté durmiendo y pierda su oportunidad.
Y allí quedaron el humo de los cigarrillos envuelto en una atmósfera de burla y desinterés. El postulante no solo se retiró con su currículum sino que también había agregado a la lista de prescindibles de la fuerza cuatro o cinco o eran seis nombres más.
De nuevo en su domicilio agarró el almanaque y redondeó el día 6 de abril con rojo y lo clavó en una de las paredes de la cocina. Ubicó una de las sillas y se sentó con las manos cruzadas en el respaldo como si montara un caballo cosa que pensaba mientras miraba fijamente el almanaque. Y allí se quedó detenido mirando pasar el tiempo, a la espera del llamado. Que lentos pasan los segundos los minutos las horas los días los meses cuando uno los mira.
Una puerta que se abrió lo quitó de sus pensamientos.
-Hola- dijo ella.
Se paró de un salto. Quedó en posición de firmes luego de hacer chocar los talones uno contra otro. La miró.
-¡¡¡Hooolaaa!!!- contestó.
Acababa de entrar en combate.

domingo, 1 de mayo de 2011

Arremetedora.- (Capítulo DOS)

Sabiéndose dueña de una figura no muy agraciada Margarita desde muy corta edad se esmeraba por agradar al prójimo y en especial a los hombres. Hija de un modesto comerciante que tuvo la mala idea de morir al poco tiempo de que su hija cumpliera los siete años dejando tan solo un precario negocio montado –en una avenida a la cual era difícil acceder- y un pequeño seguro a favor de su viuda e hija, ésta, no tuvo la posibilidad de moldear su cuerpo con las mejores cremas ni con clases se baile que a la larga transforman al patito feo en un cisne. No, nada de eso. Por el contrario, gastaba sus energías ayudando a su madre en los quehaceres de la casa.
Con los calores y las cosquillas de la pubertad Margarita se dedicó a aguzar el ingenio para poder relacionarse con el sexo opuesto. Probó anotándose en el profesorado de Gimnasia Deportiva hasta que determinó que la indumentaria recomendada para realizar las actividades específicas no favorecía su búsqueda. Lo intentó en Bellas Artes donde la vestimenta es de muy variada gama, pero tampoco tuvo buenos resultados. Fracasó finalmente en Ciencias Sociales, de la Educación y en Medicina antes de encontrar su lugar en el mundo.
Tampoco tenía que ver con que sus expectativas fueran demasiado altas. A diferencia de lo que solían hacer sus temporales compañeras -porque así como tenía problemas para entablar relación con hombres hay que destacar que sus amigas se contaban por decenas- que se empeñaban por conquistar a los profesores o administrativos de cierto peso en cada centro educacional al que concurría, ella solo buscaba entablar una relación con un par. Alguien con quien mitigar las desgracias intrínsecas que trae aparejada la adolescencia.
A partir de que se anotaba en una nueva carrera y comenzaba a entablar relaciones con chicas que de inmediato se convertían en sus amigas, Margarita pasaba a ser una esponja que lentamente se iba colmando de anécdotas, chismes y confesiones de las más variadas de todas ellas. Poco a poco la esponja se llenaba, a tal punto lo hacía que ya ni tiempo tenía como para probar suerte con los compañeros. Sus amigas hacían cola para parlotearle.
Ring. Ring. Ring.
-Dejen todos que yo atiendo. Si en esta pensión pareciera que yo soy la mucama.
-Pero si el teléfono es tuyo Margarita.
-…
-Hola Marga -odiaba que la llamaran de esa manera- soy yo, Maca. No hables no quiero que todos se enteren que hablás con migo. Te acordás que te conté que estoy saliendo con el profe de Voley de mi hermano, bueno, resulta que también estoy con un flaco que se le pegó a mi hermano y bueno justo a la tarde viene un primo nuestro de Mendoza que me re gusta entonces ando re nerviosa y excitada: ¿qué puedo tomar para tranquilizarme? ¿Vino está bien, vino tinto está bien?
-Si.
-Chau, Rita, después te cuento.
Y esa clase de situación podía repetirse veinte veces por día haciendo que la esponja se fuera colmando de soledad y angustia. Finalmente un día la cosa se ponía más espesa y la esponja rebalsaba. Entonces Margarita tomaba sus cosas, se cambiaba de pensión, no iba nunca más a los cursos de la facultad que venía haciendo y tiraba su celular dentro de una pecera con agua que llevaba junto con ella a todos sus domicilios. Podía verlos flotar durante horas sin pensar en nada.
Al otro día se anotaba en alguna otra carrera, compraba un nuevo teléfono y volvía a comenzar. Nunca le faltó fuerza de voluntad para iniciar las cosas.
Así fue como tanto peregrinar recayó en la facultad de Diseño. Hay que decir que su capacidad intelectual estaba, y muy, de su lado. De haberlo querido Margarita se hubiese podido graduar en todas y cada una de las carreras que había iniciado. De ninguna manera sus huidas tenían que ver con temas específicamente estudiantiles.
Realizado el estudio de panorama que siempre llevaba a cabo, nada de lo que ella hacía estaba librado al azar; observó que la salida laboral de un Diseñador Gráfico en aquel barrio donde se acababa de instalar, sería productivo. La facultad quedaba a solo cinco cuadras de la pieza que acababa de alquilar, por esto no dudó más que un instante antes de ir a anotarse para cursar la carrera mencionada.
La estructura del edificio era nueva y moderna, a estrenar podría decir un aviso clasificado. Los especimenes de hombre que por allí deambulaban eran numerosos y de lo más variado. Se colocó en la cola de la oficina de Informes detrás de uno de ellos.
-Disculpame, ésta es para la oficina de Informes- le preguntó una rubia de anteojitos provocadores.
-No -señalándole el cartel- para tomar los sacramentos bautismales.
-Hay que cómica que sos. Vamos a ser re buenas amigas. ¿Me llamo Lore y vos?
La esponja comenzaba a realizar su trabajito.
Llenó los formularios para poder acceder a los listados de cursada y se fue a su nueva casa con la promesa de ser visitada en tempranas horas de la tarde.
Buscaba en su bolso las llaves para poder abrir la puerta. Su caminar se volvió un tanto torpe y ondulante. Esto provocó que sin intención alguna chocara con el sujeto que caminaba en dirección contraria.
-Disculpe.
-No, perdoname vos, linda.
Vio sus ojos penetrantes y negros; y su rostro oscuro, negro se podría decir y su larga cabellera y su camisa y su pantalón negro también. Y ya nunca más pudo sacárselo de la cabeza. No lo sabía aun pero acababa de toparse con Edmundo Tejedor “el morocho del barrio”.
Lo siguió con la mirada hasta que le lloraron los ojos y él quedó convertido en un punto microscópico en el horizonte. Del lado de adentro de la pieza se prometió, se juramentó que ya no sería de las que espera a que el príncipe azul vaya y les golpeé la puerta de su casa. A partir de ese momento sería. Arremetedora.

sábado, 9 de abril de 2011

EL PADRE DE LA PATRIA.- (Capítulo UNO)

“Mañana pasarán por usted. Destino Haití. Fdo: Ejército Nacional”. Eso era lo que decía el telegrama colacionado. Sus ojos se llenaron de lágrimas pero no por el contenido de lo que acababa de leer, aunque no podía dejar de admitir que se había sorprendido un tanto. El problema sería como decírselo a ella, su hija, la luz de su vida y a los niños. Los otros niños. Porque también había otros niños.
Meses atrás la insistente campaña de radio y televisión había producido su efecto. Como tantos y tantos otros se había acercado a la repartición más cercana a su domicilio, acompañado de su “Currículum Vitae” que fuera confeccionado por Margarita una joven que estaba realizando sus primeras armas en el tema del diseño gráfico y que como parte de un trabajo lo había presentado ante la profesora de Taller I y había obtenido un 7 como nota.
-Aprobaste raspando- le dijeron sus compañeros.
Pero a ella no le importó porque el trabajo llevaba el nombre de Edmundo Tejedor el “morocho del barrio” como ella lo llamaba cuando estaban solos. Y el día que tuvo una oportunidad se lo regaló mientras buscaba seducirlo con el poco encanto que la naturaleza le había obsequiado.
Margarita no era de las chicas a las que se le suele decir “lindas”, más bien era de las “arremetedoras”. Por eso los intentos de amor fallidos con Tejedor la dejaban molesta y desilusionada como mujer. Claro que a los calores, luego de sus frustraciones, Margarita no se los sacaba dándole puñetazos a la pared. Siempre caía detrás de su Morocho algún afortunado que se llevaba un premio, aunque no mayor, inesperado; cuando la visitaban para consultarle por alguna tarjetita o concejo que la joven estudiante de Diseño pudiese acercarle referido a es tema. Todos en el barrio sabían que era estudiante de la facultad y al parecer para cualquier evento siempre alguien deseaba hacer tarjetas de invitación. Por otro lado nadie se olvidaba que era “arremetedora”, quizás por eso fuera tan interpelada. Al parecer sus tarjetitas se habían puesto muy de moda.
Con esto no quiero decir que Tejedor no supiese de las características personalísimas de la diseñadora. Solo que por momentos le gustaba jugar y hacerse el difícil. Además uno para enredarse con Margarita debía tener verdaderas ganas. Su contexto visual de mujer también podría ser calificado como difícil.
Leído el telegrama consultó su agenda personal y luego de sacar la cuenta de los días que habían pasado, desde su postulación para ingresar a la fuerza que lo estaba notificando, advirtió que eran exactamente sesenta y tres, un número mágico pensó, raro, malo, seguidor. El casamiento.
Aquel día como tantos otros -Tejedor- deambulaba por la calle sin mirar a nadie. Solo escuchaba la radio a través de los auriculares, aislado, aguardando a que se hiciera la hora de comer para entrar en cualquier lado en busca de algún alimento barato sin importar la salubridad que lo rodeara. Todo con tal de no regresar a su casa.
Se sentó en una mesa que quedaba junto a los baños. Primer error. Pidió un sándwich de vacío. Segundo error. Él no podía saberlo, pero era del día anterior y en el centro se encontraba crudo. Y una botella de vino de la casa para completarla, no sabía bien cómo se había acostumbrado casi ya a no beber, pero quería darse un pequeño gusto, “hoy será mi navidad”, se dijo mentalmente.
El mozo, parco, no le dirigió la palabra ni cuando le cobró la cuenta.
Dejó el lugar y acompañado del sonido de la radio continuó su caminata sin rumbo. A poco de doblar en la esquina de Avenida del Trabajador y Perón se descubrió tarareando la música que al parecer se le había pegado de alguna de las propagandas que más se repetían, aunque no terminaba de saber bien de qué era. Esto hizo que se concentrara por completo esperando el momento para volver a oírla detenidamente.
Que coincidencia Avenida del Trabajador y Perón pensó. Al nombre de estas calles las deben haber puesto a propósito para que se chocaran, los políticos hacen todo a propósito balbuceo realizando el acto de negación con la cabeza gacha. Cuando volvió a erguirse descubrió a la “arremetedora” que doblaba la mencionada intersección en dirección opuesta a la que el iba por lo que pronto estarían uno junto del otro.
-Morocho argentino. Morochito de barrio- le susurró.
-¿Que?
-Morocho mío, mío, mío- ya en un tono un poco más fuerte.
-¿Mimo, mimo qué?- quitándose uno de los auriculares.
-Margarita vos que andas en estas cosas. Puede ser que le hayan puesto los nombres a estas dos calles a propósito para que se chocaran.
-Sí. Morochito. Qué inteligente que sos ¿no querés ser mi Perón?
-Perdón. Perdón, que confusión, lo mío es una consulta profesional- y luego de darle la espalda continuó su recorrido.
La arremetedora había sido burlada nuevamente por su presa más codiciada y difícil de atrapar. No importaba era temprano alguien seguramente pasaría por su casa-estudio antes de que terminara la hora de la siesta y allí sí, la araña tejería su tela para atrapar a su víctima.
“…y ésta es su oportunidad su gran oportunidad no la deje pasar. Este es el momento de aliarse a la Patria para defender los principios morales de nuestra sociedad y de paso cobrar una remuneración acorde a las circunstancias. Le repito a usted querido ciudadano y compatriota- Tejedor se paró en seco- una renta acorde a las circunstancias. Mire detenidamente una vez que sale de su casa, cerca, muy cerca lo está esperando la repartición más cercana a su domicilio. Vacantes ilimitadas. Sea un Patriota de la nueva era. El padre de la nueva Patria. Y no se olvide; una remuneración acorde a las circunstancias”.
Y en efecto, detrás de aquellas palabras resonaba una archiconocida canción de cuna, de esas que se utilizan para dormir a los bebes. La versión si bien no era la original se adivinaba de inmediato por más que estuviese repleta de bombos y redoblantes militares.
Los últimos dos minutos que acababa de vivir, es decir desde que se descubrió tarareando la canción, el choque no intencional con la “arremetedora” y la propaganda radial; produjeron un cambio radical, aunque suene exagerado, en su vida.
-Por qué no. Por qué no ser el nuevo prócer, el prócer de la era moderna. El nuevo Perón si querés. O más aun: el nuevo Padre de la Patria. ¡¡¡De mí Patria carajoooo!!!

jueves, 17 de marzo de 2011

¿Cuando se acaban las ideas se enciende? Un vicio.

¿Cuando se acaban las ideas se enciende? Un vicio.

Podría decirse que recibí el 2011 con estupor. Con “Rabia”. Con la alegría de los “Chicos”. Con los recuerdos de fiestas pasadas donde estábamos todos y las anécdotas que ocurrieron “En esa época”. Con la senilidad de los que ahora ¿acompañan? estando “Más allá del bien y lentamente”, viviendo desde hace un buen tiempo en su propio “Planet”. O simplemente con “Realidad”. De todas formas vuelvo a quedarme con estupor.

Corría el año 2006 en todo el mundo cuando publicaba mi tercer libro “Proyecto de difusión” a través de la editorial Simurg; el mismo consta de dos relatos, el primero titulado como el libro (en él me quiero detener) y otro.

En mí Proyecto, un grupo de personas (tres) va a realizar una supuesta “investigación” “por el mal que los aqueja”, a un pueblo de la provincia de Buenos Aires, que queda inconclusa. En el pueblo hay una montaña, lugar al cual se dirigen los “expedicionarios” a realizar sus tareas. El “grupo de tareas” es comandado por uno denominado en la ficción del texto como “el de barbita” o “quien parecía ser el jefe”. Arribaron a la localidad y se alojaron en “un bar” venido a menos, lugar donde se presentaron “como científicos”. Los personajes despliegan objetos dedicados a medir vientos y presión atmosférica delante de los parroquianos para llamar su atención. Finalmente abandonaron el lugar amenazando volver con novedades, cosa que no harían nunca.

Todas situaciones (entre otras, se deben estar escapando más) que se repiten, a veces de manera textual en el libro Aiwa de Sergio Bizzio. Algún mal pensado hasta podría llegar a decir: “che, este tipo te copió hasta el nombre…”.

Como buen abogado que soy; bajo ningún concepto utilizaría la palabra plagio. Me quedo con la idea de que mí Proyecto de difusión ha cumplido, al menos en parte, su objetivo.

Sergio Fitte.-