domingo, 1 de mayo de 2011

Arremetedora.- (Capítulo DOS)

Sabiéndose dueña de una figura no muy agraciada Margarita desde muy corta edad se esmeraba por agradar al prójimo y en especial a los hombres. Hija de un modesto comerciante que tuvo la mala idea de morir al poco tiempo de que su hija cumpliera los siete años dejando tan solo un precario negocio montado –en una avenida a la cual era difícil acceder- y un pequeño seguro a favor de su viuda e hija, ésta, no tuvo la posibilidad de moldear su cuerpo con las mejores cremas ni con clases se baile que a la larga transforman al patito feo en un cisne. No, nada de eso. Por el contrario, gastaba sus energías ayudando a su madre en los quehaceres de la casa.
Con los calores y las cosquillas de la pubertad Margarita se dedicó a aguzar el ingenio para poder relacionarse con el sexo opuesto. Probó anotándose en el profesorado de Gimnasia Deportiva hasta que determinó que la indumentaria recomendada para realizar las actividades específicas no favorecía su búsqueda. Lo intentó en Bellas Artes donde la vestimenta es de muy variada gama, pero tampoco tuvo buenos resultados. Fracasó finalmente en Ciencias Sociales, de la Educación y en Medicina antes de encontrar su lugar en el mundo.
Tampoco tenía que ver con que sus expectativas fueran demasiado altas. A diferencia de lo que solían hacer sus temporales compañeras -porque así como tenía problemas para entablar relación con hombres hay que destacar que sus amigas se contaban por decenas- que se empeñaban por conquistar a los profesores o administrativos de cierto peso en cada centro educacional al que concurría, ella solo buscaba entablar una relación con un par. Alguien con quien mitigar las desgracias intrínsecas que trae aparejada la adolescencia.
A partir de que se anotaba en una nueva carrera y comenzaba a entablar relaciones con chicas que de inmediato se convertían en sus amigas, Margarita pasaba a ser una esponja que lentamente se iba colmando de anécdotas, chismes y confesiones de las más variadas de todas ellas. Poco a poco la esponja se llenaba, a tal punto lo hacía que ya ni tiempo tenía como para probar suerte con los compañeros. Sus amigas hacían cola para parlotearle.
Ring. Ring. Ring.
-Dejen todos que yo atiendo. Si en esta pensión pareciera que yo soy la mucama.
-Pero si el teléfono es tuyo Margarita.
-…
-Hola Marga -odiaba que la llamaran de esa manera- soy yo, Maca. No hables no quiero que todos se enteren que hablás con migo. Te acordás que te conté que estoy saliendo con el profe de Voley de mi hermano, bueno, resulta que también estoy con un flaco que se le pegó a mi hermano y bueno justo a la tarde viene un primo nuestro de Mendoza que me re gusta entonces ando re nerviosa y excitada: ¿qué puedo tomar para tranquilizarme? ¿Vino está bien, vino tinto está bien?
-Si.
-Chau, Rita, después te cuento.
Y esa clase de situación podía repetirse veinte veces por día haciendo que la esponja se fuera colmando de soledad y angustia. Finalmente un día la cosa se ponía más espesa y la esponja rebalsaba. Entonces Margarita tomaba sus cosas, se cambiaba de pensión, no iba nunca más a los cursos de la facultad que venía haciendo y tiraba su celular dentro de una pecera con agua que llevaba junto con ella a todos sus domicilios. Podía verlos flotar durante horas sin pensar en nada.
Al otro día se anotaba en alguna otra carrera, compraba un nuevo teléfono y volvía a comenzar. Nunca le faltó fuerza de voluntad para iniciar las cosas.
Así fue como tanto peregrinar recayó en la facultad de Diseño. Hay que decir que su capacidad intelectual estaba, y muy, de su lado. De haberlo querido Margarita se hubiese podido graduar en todas y cada una de las carreras que había iniciado. De ninguna manera sus huidas tenían que ver con temas específicamente estudiantiles.
Realizado el estudio de panorama que siempre llevaba a cabo, nada de lo que ella hacía estaba librado al azar; observó que la salida laboral de un Diseñador Gráfico en aquel barrio donde se acababa de instalar, sería productivo. La facultad quedaba a solo cinco cuadras de la pieza que acababa de alquilar, por esto no dudó más que un instante antes de ir a anotarse para cursar la carrera mencionada.
La estructura del edificio era nueva y moderna, a estrenar podría decir un aviso clasificado. Los especimenes de hombre que por allí deambulaban eran numerosos y de lo más variado. Se colocó en la cola de la oficina de Informes detrás de uno de ellos.
-Disculpame, ésta es para la oficina de Informes- le preguntó una rubia de anteojitos provocadores.
-No -señalándole el cartel- para tomar los sacramentos bautismales.
-Hay que cómica que sos. Vamos a ser re buenas amigas. ¿Me llamo Lore y vos?
La esponja comenzaba a realizar su trabajito.
Llenó los formularios para poder acceder a los listados de cursada y se fue a su nueva casa con la promesa de ser visitada en tempranas horas de la tarde.
Buscaba en su bolso las llaves para poder abrir la puerta. Su caminar se volvió un tanto torpe y ondulante. Esto provocó que sin intención alguna chocara con el sujeto que caminaba en dirección contraria.
-Disculpe.
-No, perdoname vos, linda.
Vio sus ojos penetrantes y negros; y su rostro oscuro, negro se podría decir y su larga cabellera y su camisa y su pantalón negro también. Y ya nunca más pudo sacárselo de la cabeza. No lo sabía aun pero acababa de toparse con Edmundo Tejedor “el morocho del barrio”.
Lo siguió con la mirada hasta que le lloraron los ojos y él quedó convertido en un punto microscópico en el horizonte. Del lado de adentro de la pieza se prometió, se juramentó que ya no sería de las que espera a que el príncipe azul vaya y les golpeé la puerta de su casa. A partir de ese momento sería. Arremetedora.

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