domingo, 22 de mayo de 2011

La otra familia.- (Capítulo CUATRO)

Como suelen hacerlo todos aquellos que tienen su oportunidad, Tejedor tenía otra familia. Una familia sustituta, no solo porque había metido los pies en la casa de una mujer; sino que lo había hecho dentro de la casa de una mujer, de su marido y de sus dos pequeños hijos. La ocupación del hombre de familia, de la otra familia, lo obligaba a ausentarse de su hogar durante largos períodos. Momentos en los cuales Tejedor se presentaba a recoger los frutos del amor que amenazaban con podrirse o en el mejor ser recogidos por el mejor postor.
-En el fondo a los nenes les estoy siendo de mucha ayuda. Te lo dije miles de veces no deben perder la figura masculina de vista. Podrían volverse pervertidos- solía decir medio en broma medio en serio. Pero más en serio.
-Sí, si tenés mucha razón tío Carlitos- mientras ella excitada le rozaba la barbilla con el revés de un dedo.
Explicación: porque en la otra familia existía un tío Carlitos que al parecer siempre visitaba a sus parientes durante las ausencias del hombre de la casa. Los niños de 2 y 3 años, poco diferenciaban entre la farsa y la realidad. Y muchas veces cuando papá regresaba se contaban proezas llevadas acabo por el tío Carlitos (el hermano de mamá) que debido a la dificultad que aun tenían los niños para expresar sus ideas se terminaban diluyendo en un “estos nenes son unos mentirosos”. De todas maneras, siempre en el aire quedaban flotando como amenazas latentes algún “tío moto”, “tío casa blanca” que le producían un cierto cosquilleo a Fernández el militar. Porque el jefe de familia -de la otra familia- era Militar. Y también Fernández.
Los períodos de Guardia activa, es decir mientras Fernández permanecía en los cuartes, Tejedor armaba un pequeño bolso con algo de ropa y se retiraba de su casa abandonando a su familia para ir a tomar el lugar dejado vacante en la otra familia. ¿Se entiende? Pasaba a ser el tío Carlitos por algunos días. La distancia que debía recorrer era corta muy corta. Demasiado corta se animaban a aconsejarlo las únicas dos personas que estaban al tanto de todo, convirtiéndose con su silencio en cómplices de una situación irregular. Y peligrosa.
Si lo que hiciéramos ahora fuera desplegar un plano de la manzana de la casa de Tejedor, comprobaríamos que los fondos de ambas construcciones se unían. Tan solo se encontraban separadas por un paredón de dos metros construido en los sesenta.
Entre los objetos que mudaba en cada uno de los viajes se destaca una careta de pato Donald que Tejedor se colocaba cuando salía al patio de la otra casa no solo como precaución por si acaso su mujer trepaba para espiar a los vecinos, sino para espiar él su propio domicilio y ver qué hacía su pequeña hija. La luz de sus ojos según sus propias palabras.
Durante aquellos pasajes no solo era el tío Carlitos; también era el Duende de la buena suerte para su hija. Por desgracia su madre nunca había podido verlo, porque cuando era avisada por la pequeña -que corría a buscarla a la cocina- y madre e hija volvían al patio para saludarlo; el Duende ya se había saltado y perdido por el fondo de lo de Fernández.
Todas la nenas a esa edad son un poco fantasiosas pensaba juguetona mamá.

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